miércoles, 3 de octubre de 2012

Se Akatl Topiltsin, Maestro de Anawak

Por Frank Díaz
Tomado del libro “Los Mensajeros de la Serpiente Emplumada”

Todas las grandes culturas de la tierra se han edificado sobre la figura de un profeta, llamado en griego Cristo, en hebreo Mesías, en persa Mazdhi, en sánscrito Avatar, en quechua Virakocha, en nawatl Ketsalkoatl y en maya Kukulcán. Esos profetas han proporcionado a la humanidad un camino de trascendencia y autorrealización, basado en el ejemplo de sus extraordinarias vidas. Algunos vivieron en tiempos tan remotos, que sólo se les recuerda a través de los mitos. Otros son personajes históricos, que aún influyen grandemente en los movimientos de la sociedad.

Si analizamos los mensajes de esos profetas, notamos que todos compartieron una misma intención civilizadora, aunque se expresaron con las metáforas religiosas propias de su época y pueblo. El nombre de Serpientes Emplumadas que les dieron los antiguos mexicanos, se debe a que los vieron como síntesis de nuestra doble naturaleza, compuesta por un vehículo físico con sus inclinaciones animales (la serpiente) y una dimensión espiritual que aspira a lo supremo (el quetzal).

La historia de Anawak recuerda al menos cuatro mensajeros de la Serpiente Emplumada; pero sólo el último de ellos, Se Akatl Topiltsin Nakshitl, Nuestro Señor 1 Caña Cuarto paso, dejó suficientes recuerdos como para rastrear su vida en la historia.

No se asombre el lector si encuentra que la biografía de Se Akatl es extraordinariamente parecida a la de Jesús, Osiris, Krishna y otros mesías que le precedieron. En ello no hay ningún misterio, pues todos ellos reflejaron el ideal crístico que subyace en lo profundo de nuestra conciencia colectiva, y que encuentra su expresión en el mito mesiánico universal.

Un nacimiento mágico
La historia de Se Akatl comenzó cuando el gran caudillo militar llamado Mishkoatl, serpiente de nubes, decidió conquistar lo que hoy es el estado de Morelos. Se acercó a un río llamado Mishatlau'ko, barranca del pez, y vio a una joven de singular belleza que se bañaba en él. Mixhkoatl se enamoró de la joven y, averiguando quién era, le dijeron que se llamaba Chimalma y era hija del sacerdote de una aldea cercana. Entonces la pidió como esposa y la envió a un monasterio para que la entrenaran como futura reina de Anawak.

Un día, mientras Chimalma se bañaba en una gruta, se le apareció un pez que le anunció que la Serpiente Emplumada estaba a punto de regresar a la tierra y la había escogido a ella como madre. Como señal de su mensaje, el pez le entregó una cuenta de jade. Ella guardó la cuenta en su boca y, mientras regresaba al monasterio, la tragó accidentalmente. En ese momento, Chimalma quedó embarazada.

Por supuesto, esta historia es simbólica. El pez representa el poder fecundador del Ser Supremo. No sólo aparece en la leyenda mesoamericana, sino también en otras tradiciones de la tierra, incluso en la cristiana. Por ejemplo, uno de los nombres de Vishnu, el mesías hindú, es Matsya, “el pez”; Zoroastro recibió el apodo de Oannes, “el marino”; Moisés fue sacado del agua y Jesús fue llamado Ben Nun, hijo del pez, razón por la cual, su signo católico es un pez.


El hombre pez en las religiones zoroastriana, tolteca y cristiana

Poco antes de que Se Akatl naciera, el rey Mishkoatl fue asesinado. Los príncipes que usurparon el trono enviaron a unas parteras para asistir a Chimalma en su parto, pero con el propósito secreto de sacrificar a la criatura. Cuenta le leyenda que, después de matar a Chimalma, las parteras tomaron al niño y lo arrojaron sobre un maguey, a fin de que sus espinas lo atravesaran; pero, en lugar de herirle, la planta lo acogió y lo alimentó con su jugo azucarado. Al otro día vinieron a recoger el cadáver y, viendo al niño vivo, lo abandonaron sobre un hormiguero; pero las hormigas lo alimentaron con masa de maíz. Por último, las parteras lo arrojaron al agua, pensando que se ahogaría; pero el río acunó el cuerpecito y lo depositó suavemente en la orilla, donde fue recogido por un leñador oriundo del pueblo de Yauhtepec.

Existe cierta controversia sobre la fecha del nacimiento de Se Akatl. Los registros que se conservan, afirman que nació en un año 1 Caña, del cual tomó nombre. En el sistema nawatl de medida del tiempo, ese año se repite cada 52 años, de modo que tenemos varias fechas para escoger. Sin embargo, como sabemos que Se Akatl vivió durante el auge del reino de Tula, esto restringe nuestra búsqueda a los años 843, 895, 947 y 999 de la era cristiana.
En este punto viene en nuestra ayuda el libro maya de Chilam Balam, ya que describe y fecha diversos eventos de la vida de Se Akatl, a quien apoda Nacxit Kukulcán (corrupción del nawatl Nakshitl, cuarto paso). En el libro de Chumayel encontramos la siguiente referencia a su nacimiento: “En el Katún Ocho Ahau fue cuando la Poderosa Señora limpió la plaza de la ciudad para preparar el descenso del Poder Divino, para que reinase Nacxit Kukulcán.” El Katún o ciclo llamado 8 Ahau se extendió entre los años 928 y 948 de la era cristiana. Esto nos indica que Se Akatl nació en el 947 de la era cristiana.

En cuanto al día natal, se puede establecer a partir de la siguiente cita del Códice Telleriano-Remensis: “Topiltzin Quetzalcoatl nació el día Siete Caña; ese día se hacía una gran fiesta en Cholula y venía toda la tierra a esa fiesta.” El día 7 caña cayó una veintena antes del 1 Caña. Puesto que el día que le daba nombre al año caía por aquella época hacia el 16 de Mayo, podemos especular que el natalicio de Topiltsin ocurrió a fines de Abril.

El reinado
Desde su nacimiento hasta principios de la adolescencia, el pequeño Se Akatl recibió la educación habitual de un joven tolteca, basada en los principios del Wewetla'tolli y la creencia en la Serpiente Emplumada. Los ancianos de Morelos, quienes aún conservan su recuerdo, cuentan que era un niño bastante travieso, y que se destacó en la caza de conejos y venados.

Cuando tenía trece años, sintió que era tiempo de vengar la muerte de su padre. Fue a Tula y, mediante una estratagema, hizo caer los príncipes usurpadores desde lo alto de una empinada pirámide, como resultado de lo cual, ambos murieron. Al observar este hecho, los moradores de Tula lo aclamaron como salvador del pueblo y lo enviaron a estudiar al colegio sacerdotal de Xochicalco.

Un códice afirma que, entre los trece y los veinte años, Se Akatl hizo la vida de un monje. Al llegar a la adultez, entró en el servicio militar y se destacó en diversas batallas, por lo cual le dieron el apodo de Se Oselotl, uno ocelote. A los veintiséis años entró en el colegio de estadistas de Tulanzingo y cuatro años más tarde lo eligieron rey de Tula. Su reinado fue brillante. La leyenda lo describe como un gobernante justo y humano, hábil constructor de pirámides y palacios, reformador de la agricultura y el calendario. Sin embargo, fue un reinado breve, pues sólo duró nueve años.
Por aquella época, una sequía en Norteamérica obligó a muchos pueblos nómadas a emigrar hacia el sur, lo cual ocasionó conflictos territoriales. Los sacerdotes de esos pueblos eran adeptos de los sacrificios humanos; al llegar a Tula, pidieron permiso para perpetrar su horrible culto, pero Se Akatl se lo negó. Esto desagradó tanto a aquellos sacerdotes, que decidieron destruir a Se Akatl.

Un día llamado 5 Casa del año 1 Casa, correspondiente a comienzos del 977 después de Cristo, dos ancianos con apariencia de ascetas se llegaron al palacio real de Tula y pidieron ser admitidos ante el rey.  Una vez en su presencia, lo hipnotizaron y le hicieron beber un vino que previamente habían reforzado con hongos alucinantes. Cuando Se Akatl se embriagó, le dijeron: “Es necesario que te vayas de aquí, debes conocer el País del Negro y el Rojo. Allá te espera desde el comienzo del tiempo tu verdadero padre. El te dará en herencia un reino nuevo, mejor que este que aquí posees.”

Este incidente tuvo un efecto catártico sobre la vida de Se Akatl. De repente, el monje-rey rompió sus votos y cometió tres delitos graves, según los cánones morales de aquella época: embriaguez, incesto y autoglorificación. Los ministros del reino, escandalizados, le hicieron un juicio y lo expulsaron de Tula. Cuenta un códice que, al enfrentarse a su delito, Se Akatl decidió morir, por lo cual se encerró en un sarcófago de piedra verde y esperó cuatro días a la muerte. Pero, una voz interior le dijo que no podría morir en paz, si antes no completaba su misión.  Entonces, empaquetó sus joyas y libros, y marchó por el mundo como un peregrino. Con él, partieron sus servidores personales y algunos familiares.

En la tierra del rojo y el negro
Cuenta la historia que, llegado a cierta montaña en el centro de México, el grupo se detuvo a descansar. Entonces se acercaron a Se Akatl unos ascetas y le dijeron: "Si de veras deseas llegar a la Tierra del Rojo y el Negro, tienes que abandonar todas tus joyas, pues con ese peso no podrás entrar". Entonces, los peregrinos arrojaron sus joyas y trajes preciosos en un pozo que por allí había, y siguieron caminando, casi desnudos. Esa noche hubo mucho frío y algunos de ellos murieron helados.

Al llegar al reino de los mayas, el rey de Uxmal, llamado Ulil, concedió asilo político a Se Akatl y sus seguidores en la ciudad de Tihó, actualmente llamada Mérida. Los libros de Chilam Balam afirman que su llegada ocurrió a comienzos del Katún Dos Dos Ahau, es decir, en el año del 987 de la era cristiana. El rey Ulil, quien estaba iniciado en los misterios de la Serpiente Emplumada, tomó a Se Akatl como su discípulo y lo orientó, a fin de que recuperara su integridad psicológica y se preparara en su misión como Maestro de Anawak. Se afirma que, durante el tiempo que permaneció entre los mayas, Se Akatl hizo frecuentes viajes por países lejanos, a fin de adquirir un conocimiento vivencial del modo de vida tolteca.

Después de algunos años, Se Akatl retornó al centro de México, estableciendo su hogar en la ciudad de Cholula. Una crónica afirma: “Después de su vuelta, fue tenido en México por uno de sus dioses y le llamaron Quetzalcohuatl; en Yucatán también le tuvieron por dios.” (Diego de Landa, Relación de las Cosas de Yucatán)

Esta admiración se debió a que Se Akatl comenzó a manifestar poderes divinos. “Llegó a esta tierra y empezó a juntar discípulos, y hacían milagros.” (Diego Durán, Historia de las Indias) Se dice que su sólo contacto curaba las fiebres, que caminó sobre el agua e incluso resucitó muertos. Pero, lo principal, es que llevó una vida íntegra, que sirvió de ejemplo para sus enseñanzas. “Quetzalcoatl fue un hombre virgen, penitente, religioso y santo, que predicó la ley natural y la apoyó con su ejemplo. Los indios lo creen Dios y dicen que desapareció a la orilla del mar.” (López de Gómara, Historia General)

Las enseñanzas de Se Akatl quedaron recogidas en un texto tolteca llamado Weweta’tolli, antiguas palabras 

Fuego y agua
Un día, Se Akatl salió de Cholula y comenzó a viajar hacia la costa del Golfo de México. Llegado a una colina cercana al Pico de Orizaba, hizo construir una pirámide de leña, subió a su cima y ardió con un fuego interior. Cuenta la leyenda que, en ese momento, las almas de los muertos bajaron a la tierra, convertidas en aves y mariposas, tomaron su corazón y lo llevaron al cielo. Un códice afirma que, fue sólo a partir de su muerte, que sus contemporáneos comenzaron a darle el título de Ketsalkoatl:

“Según sabían, fue al cielo y entró en el cielo. Decían los viejos que se convirtió en la estrella que sale al alba, y por eso le nombraban Señor del Alba. Decían que, cuando murió, sólo durante cuatro días no apareció, porque entonces fue a morar entre los muertos. Y que durante otros cuatro días fue al cielo a proveerse de flechas; por lo cual, a los ocho días apareció la gran estrella que llamaban Quetzalcoatl. Y añadían que sólo entonces se entronizó como Señor.” (Anales de Cuauhtitlan)

Pero la desaparición de Se Akatl fue temporal, pues, según afirma un canto mexica, una vez que su alma visitó el lugar de los divinos antepasados, retornó para dar a los seres humanos una prueba de que él había vencido a la muerte. He aquí el texto: “Después de cuatro años nos fue devuelto. Nadie lo esperaba, nadie lo reconoció. De la región del misterio regresó Aquel que ilumina al mundo.” (Cantares de los Señores)

Una vez resucitado, Se Akatl, ahora convertido en Tlawiskalpanteku’tli, el Lucero del Alba, se llegó a un lugar en la costa llamado Coatzacoalcos y profetizó que, algún día, regresaría al Anawak. Luego, arrojó al agua su manta bordada de serpientes y se fue navegando sobre ella. He aquí una de las versiones que se conservan de este acontecimiento: “Llegando a la ribera del mar, mandó a hacer una barca de culebras, entró en ella y se sentó como en una canoa; así se fue navegando por la mar. No se sabe cómo y de qué manera llegó al Sitio de la Luz” (Sahagún, libro III).

Para entender este relato, hay que decodificar ciertas claves del lenguaje simbólico universal. Las iniciaciones por fuego y agua son parte integral del mito mesiánico. En el caso de Jesús, el fuego es simbolizado por el martirio en la cruz y el agua por la nube que lo recibió en lo alto. De Buda se cuenta que murió por una indigestión (fuego) y posteriormente fue transportado por un arco iris (agua). Krishna fue flechado contra un árbol (fuego) y, tras resucitar, se fue “al otro lado del mundo” (agua). Los gemelos del Popol Vuh fueron quemados, pero sus cenizas cayeran en el río y se transformaron en hombres-peces. Algo parecido ocurrió con Zoroastro, Osiris, Viracocha, Hermes y demás mesías de la humanidad. En todos los casos, el tema de la ignición precede al de la inmersión, formando en su conjunto un concepto alquímico al que los toltecas llamaron Atlachinolli, agua quemada - un símbolo de la fusión irreducible de los elementos.

Interpretada de este modo, la moraleja de la historia es clara: sólo después de reducir, mediante fuego, su lado pecador y humano, consiguió Se Akatl diluirse en el océano de la conciencia cósmica, retornando a la fuente divina de la cual partiera.

Fuente www.templotolteca.com

Salu2 a tod@s y felíz cumpleaños a Laulo pues hoy esta de cumpleaños

Mr. Moon.
La vida es un 10% como viene y un 90% como la tomamos.




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