jueves, 17 de febrero de 2011

El programa espacial Brasileño, una lección de tesón, ahínco, decisión y visión de futuro para los Brasileños (lección que debemos aprender).

Recientemente Kanijo publicó una entrada en su excelente blog www.cienciakanija.com una entrada sobre un nuevo libro de divulgación científica, en este caso sobre el espacio y las carreras espaciales de diferentes paises, el libro se titula “Rumbo al cosmos – los secretos de la astronautica” escrito por Javier Casado, de acceso gratuito, si leyó ud. bien, GRATUITO, se puede descargar de http://javiercasado.host22.com/index_archivos/Page291.htm y pues, me dí a la lectura, aún no lo termino pero me parece que merece la pena un apartado que me impresiona mucho y que desconocía, los duros aspectos que ha sufrido el programa espacial brasileño y la mezquindad de los estadounidenses, sin embargo, los brasileños llevan la vanguardia de toda Latinoamérica, y extraigo un fragmento para que se deleiten y se animen a leer todo el libro que esta de sobra recomendado para todas las personas, no hace falta tener conocimientos previos ya que el buen Javier nos lleva de la mano por toda la historia de una forma fenomenal.

El programa espacial brasileño
Cuando pensamos en Brasil, habitualmente lo primero que llega a nuestra mente son los tópicos de carnaval, samba y selva amazónica, junto con imágenes de turistas en las playas de Río o de favelas hundidas en la droga y la miseria. Sin embargo, Brasil es mucho másque eso, pues además de su riqueza en recursos naturales, es una potencia mundial en aeronáutica, y en el campo espacial está a punto de incluirse en el selecto grupo de países que poseen un lanzador de satélites propio.

Además de lanzadores, Brasil fabrica algunos de sus propios satélites de comunicaciones y observación terrestre, y tiene una pequeña participación en la Estación Espacial Internacional. También ha puesto un astronauta en el espacio, Marcos Pontes, que subió a la ISS en marzo de 2006 como compensación a las contribuciones brasileñas al proyecto de la estación.
Pero quizás la parte más representativa y vistosa del programa espacial brasileño es su programa de cohetes. Con unos recursos mínimos, partiendo de unos primeros cohetes de sondeo diseñados en 1967, y sin recibir ayuda exterior, los ingenieros aeroespaciales brasileños han conseguido diseñar un lanzador de satélites que está a punto de otorgar a Brasil su ansiada independencia en materia espacial.

Interés temprano
La inquietud brasileña por los temas espaciales surgió de forma bastante temprana. En 1961 se iniciaban las actividades que conducirían, en 1963, a la creación de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. En 1965 se inauguraba el Centro de Lanzamiento de la Barrera del Infierno con el lanzamiento de un cohete sonda norteamericano, después de que un grupo de técnicos brasileños volviera de pasar una temporada de formación en centros de la NASA. Puede decirse que éste sería prácticamente el único apoyo exterior que recibiría Brasil a lo largo del desarrollo de su programa espacial.

En 1967 se lanzaba con éxito el primer cohete sonda brasileño, el Sonda I. De apenas 4 metros de longitud y 59 kg de peso, era un cohete de dos etapas que alcanzaba una altura de 65 km con una carga útil de 4 kg. Le seguiría el Sonda II, algo más potente, y en 1971 se introducía el Sonda III, que representaba ya una importante madurez en el diseño de cohetes brasileños. Este cohete sonda, que aún hoy día sigue operativo en Brasil para estudios atmosféricos, tiene una masa al despegue de 1590 kg, con una longitud de 8 metros y un diámetro en su base de 557 mm; su capacidad es de hasta 150 kg con un apogeo de 500 km. En 1971, lo que había nacido como un programa de desarrollo de cohetes de sondeo atmosférico, comenzó a derivar hacia unos objetivos mucho más ambiciosos. Ese año, el gobierno brasileño decidió iniciar un verdadero plan de desarrollo espacial, que debería alcanzar el objetivo de proporcionar a Brasil la capacidad de lanzar sus propios satélites. Las razones de esta política espacial brasileña eran básicamente dos: la necesidad de contar con la autonomía necesaria para lanzar una serie de satélites de observación terrestre para el seguimiento y control de los importantes recursos naturales del país, especialmente en la zona de la selva amazónica; y también impulsar el avance tecnológico que ayudase a dar un impulso estratégico a la economía de la nación.

Con este objetivo se iniciaron en 1976 los estudios que llevarían al desarrollo del Sonda IV, un nuevo cohete de sondeo que principalmente debería servir como paso intermedio en el dominio de las tecnologías críticas para desarrollar un verdadero lanzador de satélites. El Sonda IV suponía un gran salto con respecto a los anteriores cohetes de sondeo brasileños: con sus 11 metros de longitud y un metro de diámetro en su base, tenía ya una capacidad más que considerable para un cohete de sondeo, al conseguir elevar una masa de 500 kg a una altura de 600 km. De hecho, el Sonda IV podría ya considerarse como un posible lanzador de minisatélites.

El culmen de este programa de cohetes llegaría en noviembre de 1979, con la presentación de la propuesta de desarrollo del que debía ser el primer lanzador brasileño de satélites, el VLS-1 (siglas de Veículo Lançador de Satélites), y de la infraestructura de lanzamiento necesaria.


Imagen: Cohete de sondeo Sonda IV, el paso previo al primer lanzador
espacial brasileño. (Foto: AEB)
El salto a primera línea: un lanzador propio
Pero la puesta en marcha de este programa de desarrollo no sería nada fácil, y no sólo por las dificultades técnicas inherentes al caso, sino por los obstáculos impuestos por la comunidad internacional, especialmente los Estados Unidos. Liderados por los norteamericanos, los países firmantes de los tratados de no-proliferación nuclear vetaron todo tipo de asistencia técnica al programa espacial brasileño, incluido el embargo en la venta de los componentes más básicos, por considerar que el desarrollo de un vehículo lanzador podía ser utilizado igualmente como misil estratégico. Afirmación en principio cierta, pero que en realidad parece que respondía a otros intereses ocultos, como se vería algo más tarde.

Evidentemente, desarrollar un lanzador partiendo de cero sin asistencia técnica de expertos, es una tarea enorme. De hecho, todos los países poseedores de lanzadores espaciales hoy día han recibido ayuda de uno u otro de los dos países pioneros en la materia, Rusia o los Estados Unidos. Por ello, para evitar suspicacias, Brasil decidió convertirse también en uno de los países firmantes de los tratados de no proliferación nuclear, a la vez que pasaba el control de sus actividades espaciales al ámbito civil, de forma externa al Ministerio de Aeronáutica (militar) del que había dependido hasta entonces. Es preciso señalar, no obstante, que el programa espacial brasileño nunca había tenido un objetivo militar, y su dependencia de este ministerio era similar a la que se producía o aún se produce en otros países (en España, por ejemplo, el INTA, o Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, responsable de los programas nacionales de cohetes de sondeo, depende también del Ministerio de Defensa).

Tras estas acciones, el veto internacional se relajó ligeramente, pero de hecho nunca desapareció del todo. Por parte sobre todo de los Estados Unidos, había una especial preocupación por no permitir ninguna transferencia de tecnología, lo que en la práctica obligó a los técnicos brasileños a trabajar prácticamente solos en el logro de su objetivo. Según algunos periodistas brasileños especializados, muchos responsables del programa espacial brasileño aún no han perdonado a los Estados Unidos y otros países por haberles puesto la tarea tan difícil. El mismo Ministro de Defensa brasileño José Viegas lo expresaba así recientemente en un discurso ante un grupo de senadores:

El programa de cohetes de Brasil produce un gran descontento entre algunas poderosas naciones. Siempre ha existido una oposición internacional y unas restricciones muy fuertes hacia cualquier tipo de transferencia de tecnología hacia nuestro programa, y no olvidemos que Brasil ha tenido que desarrollar su cohete por sí solo, al encontrar unas tremendas dificultades incluso para comprar los componentes más básicos fuera del país.

Muy probablemente lo que existe es el temor de que el sector espacial brasileño pueda convertirse en un peligroso competidor en el lanzamiento de satélites comerciales, como ha ocurrido con la empresa aeronáutica brasileña EMBRAER: empezando también casi de la nada, es hoy día el tercer fabricante mundial de aviones, después de los gigantes Airbus y Boeing, teniendo gran parte de su mercado en los Estados Unidos. La posible repetición de este panorama en el terreno de la comercialización del espacio posiblemente inquiete a más de uno.

Imagen: VLS-1 (Foto: AEB)

Pero finalmente, a pesar de todos los problemas, en 1997 se conseguía tener terminado el primer prototipo del que debía ser el primer lanzador brasileño de satélites: el VLS-1. Con 19,5 metros de longitud y una masa al despegue de casi 50 toneladas, el VLS-1 es un lanzador de cuatro etapas capaz de poner en órbita baja (250 a 1000 kilómetros) satélites de hasta 350 kg de peso. De sus cuatro etapas (todas ellas de propulsante sólido), tres se hallan dispuestas en tándem, mientras que la cuarta (en realidad, la primera etapa) está compuesta por cuatro cohetes aceleradores dispuestos en paralelo o “cluster” alrededor de la segunda etapa.

Problemas técnicos… y políticos
El primer vuelo del VLS-1 tendría lugar el 2 de diciembre de 1997, pero desde el momento mismo de la llegada de la cuenta atrás a cero, se supo que el lanzamiento era un fracaso: uno de los propulsores de la primera etapa había fallado en encenderse, lo que obligó a la destrucción del cohete por parte de los técnicos de tierra poco después de su despegue. Casi exactamente dos años después del primer intento, el 11 de diciembre de 1999 tenía lugar el lanzamiento del segundo prototipo, pero para desconsuelo de los técnicos, a los tres minutos del ascenso el cohete resultaba destruido por una explosión. Pero estos fracasos en el desarrollo del VLS-1 no disminuían la voluntad de Brasil de consolidar su programa espacial, como demostraban sus actuaciones también en otros campos. Así, durante los últimos años del siglo XX, Brasil se convertía en un socio más de la Estación Espacial Internacional, para la que se iban a desarrollar los distintos equipos que comentábamos al principio, a la vez que se daba comienzo a la formación de astronautas. Y al mismo tiempo se iniciaban maniobras encaminadas a la comercialización internacional de sus instalaciones de lanzamiento. En particular, el Centro de Lanzamiento de Alcántara constituye un emplazamiento privilegiado para el lanzamiento de satélites comerciales, por su proximidad al Ecuador. Situado a sólo 3º de latitud sur, su situación geográfica lo hace idóneo para el lanzamiento de satélites geoestacionarios, principalmente, con un considerable ahorro de propulsante o un incremento proporcional de la carga útil.

Con esta intención de comercializar la utilización de su centro de lanzamiento, Brasil inició acuerdos con los Estados Unidos para que satélites y lanzadores norteamericanos pudiesen operar con base en Alcántara. Pero para ello antes se verían obligados a firmar un restrictivo acuerdo que prevenía cualquier posible transferencia de tecnología norteamericana a Brasil; Estados Unidos no estaba dispuesto bajo ningún concepto a que el país sudamericano se beneficiase tecnológicamente de este acuerdo comercial. El tratado, firmado por el presidente Cardoso en 2000, originó fuertes debates en el seno de la sociedad brasileña. Algunos políticos denunciaron incluso que el tratado vulneraba la soberanía de Brasil al establecer zonas restringidas de uso exclusivamente norteamericano en la base de Alcántara, llegando a prohibir a las autoridades brasileñas el control aduanero de las mercancías llegadas a dicha zona. Y lo que era aún más humillante: el tratado prohibía a Brasil la utilización de los beneficios económicos logrados con el alquiler de su centro de lanzamiento para el desarrollo de un vehículo lanzador propio.

El tratado había sido firmado por el Presidente de la República, pero para ratificarlo faltaba el apoyo del Congreso, proceso durante el cual se levantaron duras críticas por considerarlo no ya desventajoso, sino incluso humillante para Brasil. La ratificación por parte del Congreso se alargó así hasta producirse el relevo en la presidencia del país: tras la toma de posesión del nuevo presidente Lula da Silva, se decidió retirar este principio de acuerdo con los Estados Unidos. Por el contrario, poco tiempo después se firmaría otro acuerdo de colaboración para el uso del Centro de Lanzamiento de Alcántara con Rusia y Ucrania; en este caso, el acuerdo era mucho más equitativo, previéndose incluso la transferencia futura de tecnología rusa a Brasil para el desarrollo de motores cohete de propulsante líquido.

Un duro golpe
Pero casi al mismo tiempo que esto sucedía, el 22 de agosto de 2003 el naciente programa espacial brasileño recibía un duro golpe: mientras se ultimaban los preparativos para el lanzamiento del tercer prototipo del primer lanzador brasileño, el cohete explotaba repentinamente envolviendo en una gran bola de fuego toda la plataforma y la torre de lanzamiento, y causando la muerte a 21 técnicos que trabajaban en aquellos momentos en diferentes tareas de preparación del lanzador.

Un accidente fortuito como el ocurrido con el tercer prototipo del VLS-1, era algo prácticamente descartado hasta ese momento en lanzadores equipados con motores de propulsante sólido, altamente estables. Por esta razón, la sombra de un posible sabotaje planeó inicialmente sobre las posibles causas del accidente. Esta posibilidad fue incluso defendida por ciertos políticos y militares brasileños, que vertían sus sospechas sobre los servicios secretos norteamericanos. No obstante, esta posibilidad fue prontamente desmentida por la comisión investigadora, establecida con el apoyo de técnicos rusos en virtud del nuevo acuerdo de cooperación, y sería también descartada públicamente por el propio gobierno de la república.

Un tercer fallo, y esta vez con víctimas, suponía un serio revés para las aspiraciones espaciales brasileñas. Pero el gobierno de la nación se apresuraría a dejarlo claro: el accidente no haría cambiar la voluntad de Brasil de contar con un programa espacial propio. El proyecto continuaría adelante, con el objetivo de ensayar el cuarto prototipo del VLS-1 en 2006. El calendario, sin embargo, se iría alargando con el paso del tiempo, como consecuencia de las medidas correctoras tomadas tras el accidente. El consecuente retraso técnico unido al escaso presupuesto asignado al programa espacial brasileño, provocaría que hubiera que esperar hasta 2008 para la realización de los primeros ensayos, esta vez en banco, de los nuevos propulsores desarrollados para el lanzador. Tras la finalización con éxito de estas pruebas, un primer vuelo está previsto para 2011, aunque se limitará en este caso a un ensayo suborbital, con tan sólo las dos primeras etapas activas; para el primer vuelo de pruebas completo habrá que esperar a 2012, si todo se desarrolla según lo previsto. A partir de entonces, el lanzador estaría listo para poner en órbita el primer satélite de fabricación nacional. Tras los fracasos anteriores, parece que los responsables brasileños han decidido avanzar paso a paso y con seguridad, aunque sin duda la modesta asignación económica con la que cuenta el programa es también una importante responsable de estos retrasos.

A pesar de todo, las ambiciones espaciales de Brasil no terminan en el VLS-1. Otros planes que se han anunciado, aunque no es posible conocer en este momento la solidez de los mismos, incluyen el VLM, o Veículo Lançador de Microssatélites, un escalón por debajo del VLS-1, para cargas de hasta 100 kg; y el VLS-2, un desarrollo de lanzador medio capaz de llevar hasta 600 kg hasta una órbita de 1000 km de altura, y que posiblemente incluirá alguna etapa de propulsante líquido. Sobre este último existe constancia de que se está analizando una variante del VLS-1 en el que se sustituiría la primera etapa por otra impulsada por propulsante líquido, aunque la decisión para iniciar su desarrollo se espera que se tome durante 2011. Planes aún algo indefinidos pero ambiciosos, sin duda. Todo un reto para un país cuyo presupuesto espacial está en unos ínfimos 30 millones de dólares anuales, pero que está demostrando que es capaz de alcanzar el espacio por méritos propios.


Salu2 a tod@s y Felíz cumpleaños a mi buen amigo Juan Coreas que hoy esta de cumpleaños

Mr. Moon.
La vida es un 10% como viene y un 90% como la tomamos.

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