lunes, 7 de noviembre de 2011

Secularización y Cambio Social - Parte 1

Navegando por la red encontré un gran artículo sobre conciencia social, en la red www.ciudaddemujeres.com que recomiendo su lectura.

Descripción

La secularización es uno de esos conceptos que cierto progresismo proyecta siempre fuera de sí, como que no le atañe, porque los progresistas ya son de por sí laicos, e incluso ateos. Piensan también respecto a la sociedad que la secularización consiste en aligerar la pesadez de un mundo demasiado denso por las creencias religiosas; de separar el poder clerical de la estructura estatal; de liberar las conciencias y las costumbres sociales de cualquier moral determinada que coaccione la libre expresión democrática de la ciudadanía.


La secularización es uno de esos conceptos que cierto progresismo proyecta siempre fuera de sí, como que no le atañe, porque los progresistas ya son de por sí laicos, e incluso ateos. Piensan también respecto a la sociedad que la secularización consiste en aligerar la pesadez de un mundo demasiado denso por las creencias religiosas; de separar el poder clerical de la estructura estatal; de liberar las conciencias y las costumbres sociales de cualquier moral determinada que coaccione la libre expresión democrática de la ciudadanía.

Sin embargo, eso es sólo el laicismo. Y realmente, la aspiración de cualquier política, no sólo de izquierdas, sino simplemente democrática, sería la de conseguir un Estado laico con la absoluta separación de la esfera religiosa respecto de la política. El fundamento de esta separación es muy simple. ¿Por qué las iglesias instituidas no pueden formar parte de un estado democrático? Porque, simplemente, no existe ni una sola iglesia que sea democrática. Las iglesias, por principio, se basan en el dogma, en el convencimiento de que ellas son las portadoras de laverdad. ¿Se imaginan votando en el Parlamento sobre el dogma de la virginidad de María? ¿Se imaginan que pudiéramos decidir si Jesús fue verdaderamente el hijo de Dios? Se montaría lo mismo que se montó en el Concilio de Nicea: la de Dios es Cristo. Y resulta que estas organizaciones no democráticas quieren participar en pie de igualdad con los estados democráticos y de derecho, e incluso llegan a proponer que el Derecho Canónico aparezca explícitamente en la ley de educación, por ejemplo, como propuso no hace mucho un obispo español, que está dispuesto a rescindir los contratos a los profesores de religión que se divorcien, que salgan de copas o que pertenezcan a algún sindicato. Eso sí, cuando dichos profesores los demanden, vayan a juicio y lo hayan ganado, las compensaciones económicas las pagaremos la ciudadanía, no la Iglesia.

Aunque de lo que me interesa hablar es de la secularización, tengo primero que dejar claro qué es eso del laicismo para distinguir entre una cosa y otra. Pues bien, la palabra laico viene del griego laos (pueblo), y del sufijo likos, que indica la pertenencia a un grupo determinado, a una categoría. En el primer cristianismo se empezó a llamar laicos a los simples fieles, profanos, frente a los presbíteros, que eran consagrados y, por tanto, sagrados. Si en esos primeros siglos está muy clara la distinción entre el Estado y la nueva religión, en el siglo IV el emperador Constantino decide hacerla religión del Imperio, reinventándola, escribiéndola y haciendo un sincretismo entre los cultos mistéricos paganos, de gran aceptación entre el pueblo, y la tradición y leyes judaicas. Desde entonces, la Iglesia Católica no está dispuesta a renunciar a sus poderes estatales o temporales. Y esta afirmación no es en absoluto gratuita: está saliendo a la luz la opera magna de Eusebio de Cesarea como inventor de textos cristianos a instancias del emperador Constantino y supervisados por el obispo Osio de Córdoba. Los evangelios que se consideraron canónicos fueron los biográficos que contaban historias fantásticas de Jesús, muchas de ellas copiadas de los mitos paganos. Ahora comprendemos por qué fueron puestos fuera de circulación los evangelios llamados apócrifos, mucho más filosóficos, recuperados en lengua copta a partir de la década de los setenta del siglo pasado, incluidos en la biblioteca de Nag-Hammadi en Egipto, y que fueron encontrados en una gruta por unos pastores en 1945. Lógicamente escondidos, huyendo de la quema dictaminada por los jerarcas de la nueva iglesia.

Durante la Alta Edad Media se valora en muy poco a los laicos, ya que el que no es clérigo suele ser un inculto. Tanto alabar a los sencillos, a los pobres, a los sumisos, a los que sufren, al fin habían conseguido un pueblo de dios ignorante y temeroso, fácil de manipular. De ahí que la división entre clérigos y laicos fuera radical, porque tenía mucho que ver con la división entre ilustrados e ignorantes. Estos últimos tenían que pagar diezmos, obedecer a los clérigos y sufrir mucho y en silencio para luego salvarse. La nobleza, que detentaba el poder temporal, también estaba sometida de algún modo a la Iglesia (el Sacro Romano Imperio). Pero ya en el siglo XIII las cosas empiezan a cambiar con el amanecer del espíritu laico, frente a los abusos del clero y su inmunidad antes las leyes civiles, los impuestos y otras cargas que se imponían a los laicos. La rebelión de los goliardos supuso un revulsivo importante con vistas a la emancipación de los laicos respecto de la Iglesia, aunque ellos también podían ser considerados clérigos en el sentido de que eran estudiantes universitarios. Ellos, vagabundos por los caminos de la vieja Europa, abanderan una crítica gozosa, sarcástica y despiadada contra el poder eclesial. Muchas de sus composiciones fueron recogidas en el Carmina Burana, musicado posteriormente por Kart Orff.

Por fin, en 1324, Marsilio de Padua estableció las bases del Estado laico moderno, afirmando que a éste le corresponde enteramente la autoridad, no sólo en lo temporal, sino también en lo espiritual. Pero fue en los siglos XIV y XV, en los inicios del Renacimiento, cuando prevalece el Humanismo sobre los valores religiosos. Con Nicolás de Cusa, Copérnico y Galileo (siglos XVI y XVII) se afirma la autonomía de la Ciencia frente a la fe y los dogmas de la Iglesia, aunque ésta no lo admitiera y condenara a los científicos como herejes, prohibiéndoles incluso difundir sus investigaciones. Incluso el Derecho se emancipa en el siglo XVII con Grocio, quien afirma que el derecho natural sería válido aún cuando admitiésemos que dios no existe. También con Maquiavelo la política adquiere autonomía en relación con la ley moral, ya que lo que cuenta para el hombre político es el éxito, al margen de los medios empleados: El fin justifica los medios.

El gran salto relativo al laicismo se da con la Ilustración del siglo XVIII y la Revolución Francesa. La religión entonces se convierte en un asunto privado, pero la separación entre la Iglesia y el Estado no se conseguirá hasta comienzos del siglo XX. Marx anunciaría que el hombre es para el hombre el ser supremo y la religión es el opio del pueblo. Con Feuerbach, la teología se hace antropología; con Comte, el positivismo materialista es proclamado como la religión de la Humanidad. Más tarde, Nietzsche problematiza la muerte de dios, que será mi punto de partida para hablar de la secularización. Por supuesto que la Iglesia reacciona muy virulentamente contra todos los procesos de laicismo, que se dan tanto en Europa como en las nuevas repúblicas iberoamericanas, con encíclicas incendiarias. En 1925 Pío XI establece la fiesta de Cristo Rey para dejar claro que los poderes estatales deben estar sometidos a los poderes de Cristo, rey, o sea, a ellos. En concreto, declara que esta fiesta se celebrará para acusar y reparar de alguna manera la apostasía pública generada por el laicismo, tan desastroso para la sociedad.

En este contexto de enfrentamientos y condenas, algunos filósofos cristianos, principalmente Maritain, comienzan a reflexionar sobre las diferencias entre _laicidad_ y _laicismo_. La laicidad trata de distinguir, y no de oponer, entre el orden de la naturaleza y el de la gracia; entre el orden de la creación y el de la redención, pero mientras llegamos al fin último, el mundo material y humano tiene una cierta autonomía. El mundo creado por dios es un mundo bueno, que fue confiado al hombre, ser inteligente y libre y, por tanto, dotado de autonomía y capacidad para gestionar su progreso y desarrollo, si bien con la necesaria dependencia del orden moral en cuanto expresión de la voluntad creadora de dios. Esto sería la laicidad. Pero esta laicidad supone la creencia de que dios existe, de que dios es bueno, que nos ha creado y que nos ha redimido, lo cual no se puede exigir a los no creyentes y menos al Estado que tiene que legislar para toda la ciudadanía: creyentes y no creyentes. Además la tesis de Maritain supone una visión lineal del tiempo: primero es la creación y después la redención, lo que supone dos niveles de realidad: el mundo material y el espiritual, es decir, la naturaleza y la gracia. No es un tema banal, sino de consecuencias definitivas. Por eso no podemos confundir _laicidad_, que es un término cristiano, con _laicismo_, que es un término secular o político. Esta linealidad del tiempo supone una novedad introducida por el cristianismo, ya que muchas otras religiones y filosofías conciben un tiempo circular, concepto recuperado por el _eterno retorno_ de Nietzche.

El nuevo pensamiento filosófico cristiano es el que sirvió de base para definir en clave progresista el tema de la laicidad en el Concilio Vaticano II. Y digo progresista porque anteriormente no se concebía esa cierta autonomía del mundo seglar respecto al poder de la Iglesia. El concilio citado lo expresa así en la Gaudium et Spes:

Las realidades terrenales, como el Estado, la cultura, la filosofía, el arte, el derecho, la política, las ciencias y la economía, no constituyen para la fe cristiana instrumentos y medios para alcanzar el fin sobrenatural del hombre (la salvación eterna) y de la historia (la instauración del reino de Dios), sino valores en sí mismos y por tanto fines en sí mismos, dotados por consiguiente de su propia consistencia, bondad y verdad, no por el hecho de estar ordenadoscon miras al fin sobrenatural del hombre y de la historia, sino por el hecho de ser creados por Dios.

A partir de entonces, la doctrina de la iglesia declaraba que la realidad mundana, confiada a la razón y a la libertad del hombre, es por su naturaleza profana y laica, no sujeta a la tutela y vigilancia de la Iglesia, aunque sí respetuosa con ciertas normas morales. La concepción, pues, del Estado desde el punto de vista cristiano, es que el poder civil es soberano e independiente de la autoridad eclesiástica, e institucionalmente aconfesional sin competencias en el ámbito religioso, pero le corresponde garantizar a la ciudadanía la libertad religiosa, en el sentido de poder disponer de esa libertad para practicar, privada y públicamente, la religión que en conciencia estimen verdadera. Esto es para la Iglesia _laicidad_, pero no _laicismo_, que en ningún caso es admitido. La laicidad, por tanto, sería: independencia del poder civil, práctica pública de la religión y aconfesionalidad por parte del Estado. En este sentido, la Constitución española es _laicista_, pero no _laica_. Navarro Valls, que fue portavoz durante mucho tiempo del Vaticano, y destacado miembro del Opus Dei, escribía que _el punto de equilibrio es, para el Estado, la laicidad, y para la Iglesia, la independencia_. Esto en la práctica supone que el Estado tiene que ser respetuoso con la moral católica, permitir la libertad de practicar públicamente la religión, seguir subvencionando a la Iglesia Católica, pero no declarase afín a religión alguna. Sin embargo, la Iglesia debe ser independiente totalmente del poder civil.

Si fuésemos progresistas, tendríamos que empezar a reivindicar las raíces paganas de Europa frente a las pretensiones hegemónicas de las religiones monoteístas, empezando por el nombre: Europa era una princesa fenicia raptada por Zeus en forma de toro blanco, que la transportó hasta las doradas playas de Creta para fecundarla, es decir, para violarla, que es lo que Zeus acostumbraba tanto con mortales como con inmortales. Fruto de aquella fusión oriundos mediterráneos (Europa) e invasiones arias (Zeus) nació la primera cultura propiamente europea: la minoica. Sin embargo la paganidad no puede ser considerada como una época sin ética, sin creencias y sin religión. Ni mucho menos. Fueron paganos Platón, Epicuro, Diógenes o Séneca que propugnaron una ética muy estricta basada en la razón, en la filosofía. Y no digamos Plotino, que puede ser considerado como un auténtico místico. Fue la Iglesia la que definió la paganidad, palabra que proviene de paganus, que significa aldeano, rústico, ignorante. Fue un modo de desprestigiarla, cuando en realidad nuestra civilización ha bebido en sus fuentes. Y hasta la propia teología se ha fundamentado en Platón, en Aristóteles y en otros muchos filósofos. Lo que sucede últimamente con la jerarquía de la Iglesia Católica es que ni siquiera marca la frontera en la laicidad, sino que quieren más poder y más prebendas, interfiriendo tanto en cuestiones políticas como en cuestiones de libertad individual, tales como el aborto o la eutanasia. Desde Juan Pablo II ha virado hacia el fanatismo. El laicismo, desde otros presupuestos que los de la laicidad, no es que propugne solamente la separación de las iglesias y el Estado, sino que considera a aquellas como meras asociaciones de creyentes, amparadas por las leyes civiles al igual que cualquier otra asociación. Por otro lado, un estado laico no podría admitir la práctica de persecuciones políticas o administrativas contra una iglesia que se someta al Derecho Civil, pero tampoco consentiría la cesión de funciones que pertenecen al Estado, de modo que las iglesias no pueden ser entes de Derecho público, sino privado. El laicismo conlleva con su ideario una vocación universalista, racionalista y civilizadora, que no puede ser tutelada por iglesia alguna ni orientada por decretos morales emanados de ninguna religión. Otra cosa es que en muchos casos, y España fue prueba de ello, se haya confundido el laicismo con el anticlericalismo y la quema de iglesias y conventos. Pero esto no es más que barbarie. Lo peligroso es que se trate de confundir a la ciudadanía asimilando ambos conceptos. En los presupuestos universalistas y humanistas del laicismo es en los que entronca la reivindicación del laicismo como propia también del feminismo. No se puede ya hablar de sujeto universal ni de humanismo sin introducir la variable mujer como un elemento constitutivo de ambos conceptos. Pero también el feminismo debe conllevar un presupuesto laico en el sentido en que las religiones, sobre todo las monoteístas, han sido enemigas del desarrollo humano de las mujeres. Existe en las religiones monoteístas una misoginia larvada que nos impide ser sujetos de primera clase, empezando por la definición de un dios masculino. Desde esa misoginia han tratado de controlar a las mujeres y su poder reproductor, a fin de conjurar el miedo inconsciente que ellas mismas provocan en los varones.


Salu2 a tod@s y pues por primera vez no va una felicitación sino un tirón de orejas al pueblo de Nicaragua que volvió a elegir a Daniel, que mal por ellos, lo pasan mal y deciden  seguir bailando con la más fea.

Mr. Moon.
La vida es un 10% como viene y un 90% como la tomamos.

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